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miércoles, 31 de octubre de 2007

CONTEXTO POLITICO EN CHILE. 1960-1990

Por Pía Huerta Márquez
Palabras preliminares

En este apartado estudiaremos en profundidad los sucesos que marcaron la historia política de Chile a partir de la segunda mitad del siglo XX. En este sentido hemos de situarnos en un contexto de importantes antagonismos que fueron protagonizados por las grandes potencias mundiales que afectaron fuertemente el desarrollo político de Chile, el que hasta iniciado el siglo XX, se había mantenido bajo el control de la elite.

Cuando hablamos de “desarrollo político”, nos insertamos en una abierta discusión respecto del crecimiento y avance de las políticas chilenas en los últimos años. Sin embargo, será esta una discusión que no profundizaremos de manera detallada, precisamente porque la idea de desarrollo bajo este contexto estará vinculada a los cambios sucesivos que se dan a partir del siglo XX y que se acentúan en función de un proyecto discontinuo e inestable: la democratización del sistema de gobierno. Esto, está principalmente fundamentado por los autores Sofía Correa (en su estudio sobre los orígenes de la Derecha chilena), Tomás Moulián (sobre la democracia en Chile), María Angélica Illanes (estudios sobre el Chile entre los años 1950-2000) y Genaro Arriagada (análisis del régimen militar en Chile).

Para llevar a cabo el estudio en particular de las décadas ´60-´70-´80 en Chile es necesario tener los antecedentes globales que brindaron al Estado un protagonismo diferente, basado en la mayor participación de éste como gestor de nuevas políticas y, a partir de esto, comprender el quiebre institucional chileno que se dio en 1973, el que a su vez, dio origen a nuevos
fenómenos sociales y, por supuesto, a la instalación de un sistema político que se contrapuso completamente al proyecto democrático que se engendraba a mediados de siglo.

A partir de lo anterior el informe será dividido en distintos segmentos
-al estilo de capítulos o subtemas- para lograr una mayor profundización de los hechos que se dieron a nivel político y marcaron a las distintas generaciones y movimientos sociales en Chile hasta el retorno a la democracia en 1990.


CONTEXTO MUNDIAL
El siglo XX:
Fuertes pulsaciones de un mundo en crisis Análisis global

“En una gran obra de teatro popular escenificada en
Tarapacá en 1900, se celebraba con gran optimismo
el advenimiento del nuevo siglo.
Al despedirse el siglo XIX, le dejaba con orgullo al siglo XX
como herencia sus grandes avances tecnológicos,
especialmente en materia de energía a vapor y electricidad.
Sin embargo, le planteaba una tarea pendiente,
instando al siglo XX a que cumpliese esta inconclusa misión.
Esta consistía en la fundación de la verdadera democracia.”[1]

El siglo XX se ha destacado en la historia del mundo como el resultado final y casi lógico de las más irracionales ansias de poder del hombre, reflejadas en importantes crisis sociales que surgieron de conflictos políticos y económicos, los que a su vez, fueron heredados del siglo que le precedió. La humanidad se vio fuertemente afectada por las grandes y sangrientas catástrofes que se plasmaron en las tres grandes guerras, dotando de incertidumbre, miedos y efervescencia a las juventudes de cada periodo dentro de este siglo.
En concordancia con lo anterior el siglo XX, como proceso global, ciertamente se inicia con un desafío apoteósico: La construcción de una verdadera democracia. ¿Por qué plantearse este desafío?. El orgullo de la ciencia y tecnología heredada ya desde fines del decimonónico mostraba los síntomas de un modelo ineficiente en términos de administración gubernamental global. Los Estados, lejos de poder gozar sin sobresaltos las “bondades” derivadas de sus desarrollos vieron nacer, no con menos fuerza, el alzamiento de las capas obreras y campesinas afectadas tanto cuantitativa como cualitativamente por un desarrollo desigual sin precedentes hasta ese entonces.
Los Estados subdesarrollados ven, sostenidamente, el desarrollo de las organizaciones obreras y posteriormente campesinas sintetizarse en un movimiento global que amenaza seriamente la “estabilidad” gubernativa. Estamos en presencia de “La cuestión social”.
Los pobres organizados del mundo recibirán la influencia irrestricta del ejemplo Bolchevique, triunfante ya en 1917. La ideologización de las capas explotadas será una rueda que caminara sin vuelta atrás, aunque a diferentes ritmos.
Chile, dentro del contexto latinoamericano, no estuvo ajeno a los fenómenos mundiales que marcaron el siglo XX, pero fueron más bien los conflictos políticos a nivel mundial los que dificultaron su desarrollo económico. Las rivalidades que dieron origen a la segunda y tercera guerra mundial[2] influyeron fuertemente en el proceso de democratización de Chile y en el destino de los proyectos de izquierda que venían surgiendo a partir de 1920 y que se consolidaron luego de la crisis económica mundial de 1929. Fue precisamente en este momento de la historia política chilena, cuando las elites comenzaron a conocer la existencia de una fuerza política distinta, por lo que diversos hechos vinculados a este amenazante nacimiento de una izquierda consolidada cambiarán la historia de Chile a nivel político y social.
Por otra parte, el quehacer político social del periodo “entreguerras” carga a Chile y su historia popular de un apego incondicional a la lucha por las libertades y la igualdad; ejemplo de ello es la formación del Frente Popular, el cuarto del mundo, que gana las elecciones gracias a la desaprobación irrestricta de amplias capas de la población y de un importante número de agentes de la clase política, de las ideologías de carácter fascista.
En este contexto se desarrolla gran parte del devenir político de los nuevos actores históricos –como los trabajadores y las capas medias- quienes, resumidamente, deberán lidiar con el constante intervencionismo imperialista de parte de una u otra superpotencia, que para ese entonces, ya sumidos en lo que conocemos como “Guerra Fría”, no escatimarán en recursos para repartirse el mundo en una lucha ideológica irreconciliable. Capitalismo y Socialismo serán la cuna de destrucciones, creaciones y construcciones que se imprimirán en los corazones de la sociedad toda, llevando a los pueblos a vivir un proceso a escala propia pero siempre dependiente de las decisiones de Moscú o Washington.

Ahora bien, tres hechos son fundamentales para comprender la existencia de la Derecha como bloque de poder político en Chile. El primero de ellos lo encontramos a partir de los llamados “locos años veinte”, periodo en el que las oleadas de vertiginosos cambios a nivel económico mundial fragmentaron las alianzas políticas y, en cierta medida, las extremaron. Con esto, Latinoamérica se vio invadida por nuevas ideas y, fueron principalmente los movimientos de izquierda los que viajaron hasta nuestro continente, tal vez, para nunca más retirarse. En cierta medida, diremos que el mundo entero se vio afectado por la Primera Guerra Mundial y, desde ese momento, ya se respiraba cierto aire de pesimismo y descontento social. Eran tiempos de crisis. Sin embargo la aparición de la izquierda como proyecto político no se instaló, sino hasta 1931 de manera definitiva con el Partido Socialista Chileno. Diremos que la década del ´20 en Chile fue la germinación de un movimiento social que amenazaría fuertemente los intereses de una elite que acaparaba el poder económico y político, por ya más de un siglo.

Un segundo elemento de análisis guarda estrecha relación con la primera intervención militar autónoma en la historia de Chile en el año 1924 con el General Carlos Ibáñez del Campo, momento en que los militares irrumpen bruscamente en el gobierno Arturo Alessandri Palma, dando inicio a un nuevo periodo en la historia de Chile gracias a la creación de una nueva Constitución Política (1925) sumamente presidencialista. Este hecho marca un cambio fundamental por cuanto los nuevos proyectos políticos chilenos van dirigidos a dotar de mayor protagonismo al Estado.

Un tercer elemento que contribuyó a la consolidación de la derecha política, surge de la crisis mundial de 1929. En este momento la crisis económica afecta todas las áreas de dominio burgués y la derecha pierde apoyo incluso de las facciones que la componían (Partido Radical por ejemplo) y la izquierda se presenta como una alternativa viable capaz de resolver la crisis del sistema capitalista que no puede resolver la derecha. Según Sofía Correa, este sería el momento en que la derecha chilena se decide a generar una estrategia política para no perder su poder económico.

Diremos entonces, que a partir de la década del ´30 en Chile se produce un giro sustancial, en que la elite económica comienza a perder influencia en las fuerzas políticas del gobierno dando paso a un nuevo periodo de democratización con el afán de reestructurar el poder estatal, aumentando su gestión y promoción.

… “la hegemonía del proyecto democrático se va configurando como una red de gobernabilidad ciudadana y popular que, al mismo tiempo que produce una práctica democrática, produce también un nuevo saber acerca de lo real social chileno y latinoamericano, conocimiento que aporta las bases para una lucha ideológica o un pensamiento de raíz sudcontinental en vista de la necesidad y deseo de distribución social de poder”[3].
EL PROYECTO DE DEMOCRACIA EN CHILE

El proceso de democratización en Chile no fue continuo, sino más bien inestable y fragmentado, ya que estuvo en función de las estrategias y proyectos de los partidos políticos de distintos sectores y sus ansias de poder. Cualquier proyecto de reforma presentado estuvo limitado siempre por la mayoría en el Congreso que tuvo la derecha, a pesar de la incorporación de las fuerzas de izquierda en el poder:

“En realidad no hubo una democratización lineal y creciente, un proceso de avance en línea recta desde 1938 para adelante. El acceso al gobierno de un frente de centro-izquierda en 1938 no significó inmediatas reformas de la representatividad del sistema político ni tampoco significó un mejoramiento de las posibilidades de integración de algunos sectores populares, como los campesinos al sistema de negociación social.[4]

La consolidación de la derecha política chilena
Principales hitos

Para el análisis del contexto chileno propiamente tal, nos enfrentamos a una historia que en términos tanto económicos como políticos, estuvo fuertemente dominada por una elite terrateniente desde la colonia. Por esto, encontramos que para el caso de Chile existen dos “derechas chilenas” hacia 1930 (en palabras de Correa): una derecha económica y otra política. Sin embargo ambas se identifican hasta mediados del siglo XX, con la defensa del pasado, de la tradición colonial, los “padres de la patria” y el autoritarismo, como garantías de orden social.
Si retrocedemos en un pequeño acercamiento a los orígenes de la derecha chilena, nos situaremos en el siglo inmediatamente anterior. La derecha económica surge del poder de una elite industrial y luego se une con banqueros y comerciantes, teniendo como resultado una elite terrateniente y otra burguesa. Si bien el bloque de derecha en Chile siempre ha existido, éste no tuvo un proyecto político propio sino hasta que surgió un partido opositor a él, y en este sentido, diremos que la derecha no necesitó de una estrategia política sino hasta la llegada de las ideas marxistas que fueron configurando en América Latina el brote de la revolución. En cierto modo se establece que este bloque surge como partido político con el nacimiento del movimiento opositor que buscaba romper con el modelo de representatividad de las masas, que fue el objetivo de la derecha económica desde la independencia chilena, pues siempre buscó representar a las masas sin incorporarlas.

Como bien se puede suponer -a partir de lo anterior- la derecha desde mediados de siglo establece un solo proyecto político sólido y continuo que ha estado siempre en función de lo económico, con la intención permanente de liberalizar el mercado nacional. El problema surge cuando la derecha dentro de esta constante obsesión por abrir el mercado nacional, se encuentra cara a cara con un nuevo enemigo: el Estado; ya no es sólo su partido opositor, sino que ahora además choca drásticamente con las ideas que se venían instalando desde 1925 de dotar de mayor control económico al Estado, lo que significaba, entonces, estatizar el mercado nacional, es decir, cerrarlo.

La principal estrategia de la derecha apuntó a aumentar su influencia sobre otros partidos políticos (Partido Radical, Falange Nacional, entre otros), así como a obtener mayor participación política en el parlamento. Algunos autores plantean que desde el fracaso político de la derecha con Alessandri Palma, ésta no tuvo participación real sino hasta 1973, momento en el que pudo consolidar su proyecto económico. En este sentido diremos que la derecha no fue capaz de llevar a cabo su proyecto modernizador hacia 1938 producto del estancamiento de la industrialización en Chile y, con el triunfo de Pedro Aguirre Cerda no pudo continuar con el proyecto a partir del poder Ejecutivo, mas sí logró, en un proceso paulatino, ir incorporando elementos que le permitiesen décadas después establecer el modelo neoliberal a través de la destrucción del proyecto democratizador que se venía construyendo desde la misma fecha.
Así, a partir de 1938 el panorama para la derecha cambia bruscamente con la formación del Frente Popular compuesto por el Partido Comunista y la incorporación del Partido Radical de Izquierda, formando una potencial amenaza para la derecha aunque ésta mantuviese mayor cantidad de votos; esto era gracias al cohecho. Además la “Ley de Sindicalización Campesina” (1931), amenazaba duramente el poder de la derecha en el agro, ya que una vez que se crea la CORFO en el gobierno de Pedro Guirre Cerda, ésta corre el riesgo de perder industrias ante lo que va creando nuevas estrategias en alianza con el gobierno, porque eran precisamente ellos quienes mantenían el poder sobre el legislativo.
A pesar de esto, los levantamientos campesinos fomentados por comunistas, llevaron a que la derecha finalmente proclamará la “Ley maldita” durante el Gobierno de Gabriel González Videla, haciendo valer el plan Marshall[5] en 1949. En este momento además, la derecha se encontraba fuertemente dividida por elecciones de 1946 las que marcan un hito importante a nivel político, ya que hasta ese año la derecha estaba compuesta por conservadores (Tradicional y Conservador Social cristiano), liberales y Partido Agrario Laborista, sin embargo durante esa candidatura, el triunfo centro-izquierda (Radical y Comunista con Videla), deja fragmentada a una derecha compuesta por la Falange Nacional con Conservadores Social Cristiano, y por otra parte con el Partido Conservador Tradicional. Más tarde la unión de los primeros dará origen a la Democracia Cristiana que –por sí sola- careció siempre de fuerza política y se mostró ineficaz, al igual que la derecha, para enfrentar los conflictos de las décadas posteriores.
“En 1947 la derecha reconstruyó su alianza con el centro y abandonó las posiciones defensivas que hasta entonces había ocupado. Sin embargo su programa de ofensiva tuvo rasgos puramente negativos. Logró eliminar el peligro comunista aparente, desmovilizar a los sectores populares, dividir a las organizaciones laborales y al Partido Socialista, pero no fue capaz de impulsar un proyecto que evitara la agudización del estancamiento económico que desde el término de la guerra de Corea se hizo ostensible”.[6]

La “Ley maldita” fue suprimida durante el segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo en 1952, quién produjo un importante viraje político al verse sobrepasado por la deuda externa y el aumento excesivo de la inflación, volviéndose hacia la derecha para pedir ayuda. Sin ningún problema la derecha lo socorre con al intención explícita de restarle poder al estado nuevamente y aumentar el poder privado en manos de la firma norteamericana Klein Sacks. Con esto, la derecha sigue su camino hacia la liberalización del mercado chileno y el aumento de la privatización de las redes comerciales; proyecto que será llevado a cabo con una política mucho más violenta pero con la misma estrategia desde mediados de los ´70 con el modelo de los “Chicago boys”.

La nueva política de estado: El proyecto de la izquierda.

Como se expuso anteriormente, fue a partir de la Constitución de 1925 que en Chile se persiguió con ansias la mayor participación del Estado en el desarrollo económico y de políticas públicas, es decir, un Estado Asistencial, Benefactor, y por sobre todo democrático. A pesar de esto, la necesidad de la izquierda de lograr que el Estado controle elementos como infraestructura e industria dista bastante de llevarse a cabo por dos motivos: aumento considerable en índices de inflación durante cada gobierno e intervención constante por parte de la derecha que presiona para no entregar industrias al Estado.

Por esto en las elecciones de 1957 se produce el fracaso del proyecto de aumentar el rol del Estado, cuando Eduardo Frei Montalva pierde elecciones frente a Jorge Alessandri, quien finalmente reduce la intervención del Estado al control sobre obras públicas durante su gobierno.

Lo anterior se enmarca en una política sumamente partidista ya que entrada la década del ´60 el candidato por el Partido Comunista y Socialista, Salvador Allende se lanzaba a la candidatura sin logros tangibles. Esta política legitimaba el logro de un solo proyecto, que se mostraba discontinuo: la democracia.

…”es el proyecto democrático el que posee, hacia los años 50 del siglo XX, la hegemonía, es decir, que alcanza una primacía que le permitirá subordinar relativamente el militarismo y el asistencialismo a su propio dinamismo.”[7]

El gobierno del pueblo y el fracaso del socialismo: La incapacidad de generar un centro político sólido.

A partir de 1960 Chile se convierte en un país dinámico. La política no sólo se vive en la esfera de lo político sino que, ya es capaz de desplegar todo su poder hacia todas las fuerzas sociales. El mundo empieza a prestar atención a cada suceso que se vive dentro del territorio chileno y las pulsaciones ya no son externas. Desde la candidatura de Frei Montalva y Salvador Allende el país entero está presionando fuertemente y el proyecto democrático se ve realizable: “En nombre de la distribución social del poder para fundar ese gobierno popular compitieron las candidaturas de Frei y Allende en el ´64. Es ese gobierno que, antes de ser gobierno, ha roto las letras formales de su propio proyecto, instalando su visibilidad concreta en todos los campos y escenarios de lo real: las poblaciones, los campos, las faenas, las ciudades, las universidades, las familias y las iglesias; gobernaba en la música, la poesía y la utopía.”[8]

Las palabras de María Angélica Illanes definen con una suerte de suficiente precisión los fenómenos políticos ocurridos en Chile y su resultado dentro del marco social hacia 1960. El Frente Popular, así como el FRAP habían logrado en no más de 40 años desplazar a la derecha del poder Ejecutivo, instalándose como gestores de una democracia por primera vez vivida posibilitando que, ya hacia 1970, se consolidara el sueño de la Unidad Popular, aunque el proyecto en sí fuese siempre el sueño de Allende. Muchos lo acusaron de llevar a cabo un gobierno personalista, y en cierta medida lo fue, pues Allende tuvo que acostumbrarse rápidamente a gobernar sólo.
El proyecto político y económico de Allende fue, como afirmaba su Ministro de economía Pedro Vuskovic, reformista y no revolucionario. Dentro de sus objetivos se encontraba la redistribución del ingreso, el aumento de programas y servicios gubernamentales, la estatización de industrias clave y la expansión de la Reforma Agraria. Sólo el último objetivo no pudo llevarse nunca a cabo en profundidad, puesto que la violencia en el campo, desde sus inicios, no fue frenada por el presidente.

Valenzuela afirma que el fracaso de la UP tiene que ver con la estrategia política deliberada de Allende (sumado a una economía sobreestimulada según Vuskovic) en la que alimentó el levantamiento constante de obreros, primero para legitimar la expropiación de industrias y segundo al responder a las peticiones aceleradas y desorganizadas del pueblo, así como con la incapacidad de unir fuerzas con el centro político para respaldar su gobierno, ya que en 1958 (Jorge Alessandri) y 1970 (Salvador Allende) los bloques políticos extremos buscaron triunfar sin el apoyo de centro, lográndolo de manera tangible.

Esta tesis está fundamentada en Juan Linz quien afirma el hecho de que cuando un gobierno pertenece a un extremo político y busca mantener la democracia, debe ser capaz de generar un centro político sólido para no terminar en un gobierno autoritario. Claramente, la sociedad chilena que gobernó Allende es una sociedad altamente polarizada que no permitió nunca la consolidación de ese centro que le ayudaría a eliminar presiones y unir las alianzas políticas. Por esto, el gobierno de la UP se movió de manera sumamente dinámica en torno a fuerzas centrífugas (cada una en distinta dirección) y no con la cohesión de fuerzas centrípedas (todas en una misma dirección).
Asimismo, al gobierno de la UP no sólo le jugó en contra la fragmentación interna -que fue aumentando sobretodo desde 1972- sino además la intensificación de la guerra interna con una fuerte oposición. Esta oposición en un principio estuvo compuesta por la derecha política, dueños de empresas privadas y una facción de la Democracia Cristiana. Mientras tanto, la otra facción de la DC unida a las dos facciones del Partido Radical a partir de las elecciones municipales de 1971 ven destruidos sus intereses, puesto que éstas habían polarizado aún más la situación al aumentar votos en la UP y el Partido Nacional. De aquí en adelante la DC no logró establecerse ni como centro político, ni liderar la oposición, mientras que la UP va aumentando enemigos, hasta el punto en que sus mismos partidarios políticos de la coalición le darán la espalda a la democracia, dando origen a la sucesión de actos violentos impulsados por el MIR.

Ahora bien, durante el primer año gobierno de Allende hubo importantes logros en disminución del desempleo, aumento en la producción interna (aunque no la suficiente como para sustentar la demanda nacional por lo que de igual modo se recurrió a importaciones), disminución de la inflación, entre otros, pero la deuda externa heredada del gobierno de Frei -sumado al bloqueo mundial por parte de Estados Unidos- provocaron serios desajustes y mayor endeudamiento para el segundo año. Es por esto que 1972 es un año que contrasta seriamente con el año anterior, y la oposición que lidera el parlamento comienza a presionar fuertemente. Si la derecha tenía la mayoría en el parlamento podía empezar a restarle poder al Ejecutivo en función del legislativo, por lo que precisamente en esto consistió su estrategia.

El 20 de febrero de 1972 se establece la Reforma Constitucional del Congreso Pleno, en la que la derecha en el Congreso crearía un cuerpo legal que le permitiese restringir al Ejecutivo de continuar estatizando industrias. Sin embargo son las mismas facciones del partido Conservador, las que no dan los votos para llevar a cabo la reforma. Este fue uno de los tantos intentos de la oposición de someter el Ejecutivo al Legislativo y terminar con la estrategia política de Allende: posibilitar la existencia de un sistema unicameral, que a su vez restringiría la participación de la oposición, por la vía democrática.

Se va produciendo de manera progresiva una fuerte confrontación social que el presidente no puede detener porque no es sólo entre opositores, sino además entre miembros de su propia coalición política. El Partido Comunista, sumamente legalista, había detenido el apoyo a los movimientos que llevaba a cabo el MIR por la muerte de un estudiante de sus filas en Concepción, lo que aumentó el distanciamiento entre ambos, creando tensiones entre el MIR y la UP.

El gobierno debe moderar todo tipo de movimientos, los de la pequeña burguesía, de los trabajadores, camioneros, etc. En cierta medida Chile se confió de que el quiebre institucional nunca llegaría, por lo que aumentaron las presiones hacia el gobierno desde todos los bandos políticos sin considerar que tal vez una unión de sus fuerzas habría evitado el colapso que se venía dando desde fines de 1972. El 5 de noviembre de ese año Allende decide incorporar al General Carlos Prats a su gabinete como ministro del Interior para que regule las elecciones parlamentarias de 1973, en cualquier caso se mostró como una decisión desesperada ante los ojos del mundo, así como de sus detractores desde el momento en que el proyecto de Allende se ve constantemente interrumpido por la espontaneidad de la situación social. En cierto sentido, Allende continúa con su política “deliberada” (A. Valenzuela) que se enmarcaba dentro de la euforia colectiva del pueblo unido. El presidente entregaba al pueblo lo que el pueblo necesitaba; elemento que estuvo fuertemente cuestionado tanto por sus opositores como por los propios miembros de la UP.

Mientras tanto el ejército se mostraba como el único organismo neutral del Estado y, por lo tanto, capaz de actuar como moderador de la crisis que amenazaba con estallar en una guerra civil:

“Es así que las F.F.A.A. surgieron como el único poder neutral con legitimidad suficiente y una capacidad real para mediar las fuerzas en pugna”.[9]

El problema, para muchos, fue que el nombramiento del general como ministro aumentó las tensiones y las trasladó al ejército, posibilitando la organización de quienes lo aborrecían dentro de éste.

El proyecto democratizador de Allende estaba siendo destruido por variadas fuerzas. Más el distanciamiento real entre el gobierno y el pueblo, es un hecho que tal vez nunca se hizo efectivo, como muchos afirman. Las fuerzas que colapsaron el sistema democrático llegaron al poder Ejecutivo cuando Allende ya no estaba.
LA DESTRUCCION DEL SUEÑO DE LA DEMOCRACIA Y LA INSTALACIÓN DE UN NUEVO RÉGIMEN.

“Había una sola institución
que podía llenar el vacío político
y posibilitar la celebración de las elecciones de 1973.
Esa institución era las Fuerzas Armadas de Chile.”[10]

…"la pérdida de la hegemonía del proyecto
democrático sólo se comprende frente
a la emergencia de otra hegemonía:
la de la unión de la coerción con el autoritarismo aristocrático
sobre la base de un fundamento negativo
de gran potencialidad:
en torno a la negación de un gobierno popular en la moneda.
Lo decisivo era derrocar ese “gobierno mío”
que señalaba el cartel del poblador,
el que había osado entrar al
recinto sagrado de la mitología del poder aristocrático
resguardado por sus guerreros.”[11]

Con estas dos opiniones contrapuestas damos inicio al análisis de un segundo periodo político chileno en la segunda mitad del siglo XX. La intervención de las Fuerzas Armadas de Chile sobre el gobierno de Allende no fue una idea desproporcionada, si analizamos el hecho de que el ejército ya había participado en la estructuración de un Estado de Bien Común en la década del ´20. La idea se sale de contexto e invita a reflexionar más sobre este hecho, una vez que advertimos que la irrupción de las Fuerzas Armadas en 1973 no sólo fue violenta sino además justificada. Deja una sensación de que el Estado chileno no es capaz de generar un gobierno demócrata por la vía civil, con el apoyo y participación ciudadana.

Como muy bien explica Genaro Arriagada la dictadura en Chile Sse fundamenta bajo la necesidad de restaurar no sólo el orden social, sino además restablecer la democracia perdida en manos de los marxistas. En este sentido, la reestructuración de la democracia descansa en el retorno a los ideales tradicionales. Es un fenómeno anacrónico el que se da a partir de septiembre de 1973 en Chile, con respuestas que empaparon de dolor el proyecto de la UP, pero que de todas formas fue real, pues acabó con la democracia y se afirmó de esta misma idea para continuar con un gobierno ilegítimo. Esto es a lo que José Bengoa hace referencia cuando dice “el gobierno es quién está preso”.

Justificación social: justificación legal del régimen militar.

Durante el primer periodo de gobierno militar se estableció el decreto con los objetivos y la duración del régimen. En éste, se estipulaba que el objetivo estaba directamente relacionado con el restablecimiento del orden social, la disciplina laboral y la restricción del avance marxista en un tiempo no determinado, es decir, las fuerzas militares y la derecha se establecerían en el poder de manera indefinida, por lo menos, hasta que se cumpliese dicho objetivo. En esta primera fase del régimen se establece además que las estrategias llevadas a cabo deben ser moderadas en cuanto a acción, lo cual no se llevó a cabo puesto que la persecución política, las detenciones en centros de reclusión y tortura, las muertes y desapariciones se establecieron desde el momento en que las Fuerzas Armadas bombardearon la moneda el día 11de septiembre de 1973.

El gobierno creó un Tribunal Militar para derrocar al enemigo interno, argumentando que la izquierda era una fuerza altamente militarizada y, bajo el amparo de la “Ley de Fuga”, se justificó el asesinato de jefes sindicales y líderes marxistas. Además se auto-legitimaba constantemente el poder institucional del régimen a través de la Junta Nacional de gobierno a cargo del Almirante José Toribio Merino, quien también llevaba el orden económico en hacienda, economía y Banco Central, es decir, estaba a cargo de la ejecución de los programas más fundamentales dentro del gobierno. Así, el régimen militar logró romper con el anterior gobierno de izquierda y comenzar a acelerar el proceso de disminución de la deuda externa, dejándolo todo en manos de dos personas con la excusa de que el gobierno de la UP le había heredado una alta inflación con índices elevados en distintos puntos, muchos de ellos resultando ficticios.

Si bien en un inicio la creación del proyecto de intervención militar hacia 1973, contempló la existencia de gobiernos rotativos, esto no se llevó a cabo, y se mantuvo la estructura autocrática en manos del General en Jefe del Ejército Augusto Pinochet Ugarte, legitimada mediante la subordinación del poder Legislativo, la declaración del “Estado de Sitio” y el plebiscito de 1974 y 1980.

Hacia 1974 la estrategia militar consistió en tres elementos fundamentalmente:
1.- Crear y establecer poder político en manos del ejército, a través de las F.F.A.A. y el aparto burocrático de Pinochet.
2.-Crear un aparato policial represivo que trabajara de manera independiente al régimen. Esta fue la excusa que tuvieron los altos mandos del ejército para desentenderse de las acciones llevadas a cabo por lo que Arriagada llama “policía política” o D.I.N.A.
3.-Aumentar la participación económica de los grupos económicos que levanten al país. Aquí aparecen los ”Chicago boys”, como estrategia del régimen para liberalizar la economía nacional y llevar acabo por fin el proyecto que la derecha no logró consolidar por sí sola en las décadas que le precedieron al sistema de gobierno autoritario.

El apoyo de Estados Unidos si bien jugó un rol fundamental dentro del régimen militar, éste fue netamente económico, puesto que a nivel político se mantuvo la defensa de los derechos humanos como imagen para vender al mundo. Sin embargo no fue una política estable dentro del gobierno norteamericano, si recurrimos al contexto global en el que nos encontramos en pleno desarrollo de la Guerra Fría.

Lo que sí está claro, es que la fuerte represión política, social y cultural, restringió todos los espacios y redujo la riqueza social (en cuanto a movimientos organizados), que Chile había tenido en las últimas dos décadas, a una homogeneización de la sociedad bajo un solo modelo existente: el neoliberal. En definitiva, el proyecto económico de la derecha se llevó a cabo finalmente en Chile, más sin el apoyo del proyecto político democratizador, pues este modelo económico desplazó no sólo el sueño socialista que le precedió, sino que también –apoyado de distintas estrategias- a los seguidores de ese sueño y a las diversas expresiones artísticas que lo acompañaron.
No fue paulatino el proceso de destierro para aquellos jóvenes universitarios y trabajadores que tuvieron que -de manera abrupta- abandonar un sueño. Y no sólo el pueblo se vio afectado por la represión, sino que además aquellos que se identificaron con el pueblo y no abandonaron nunca la lucha social a través de la música y el arte.

Durante la década de los ´70 y ´80 hubo una reorganización de la vida, y hasta los más jóvenes aprendieron a callar sus actos e incluso pensamientos, volviendo su rostro hacia la inevitable inocencia de creer en que la vuelta a la democracia en Chile traería la recompensa por los años de silencio. Los medios de comunicación durante la dictadura se encargaron de torturar psicológicamente a la población libre de los centros de reclusión política instalados a lo largo de todo Chile. La “necesidad del olvido”[12] fue la primera respuesta casi uniformada por parte de los hijos de la dictadura, y sirvió tal vez para abandonar los rencores sociales y continuar por el camino hacia la democracia.

Sin embargo los anhelos de las juventudes hijas de la dictadura respondieron con un lenguaje abiertamente dinámico, a través del canto y la pintura, como consignas de los actos censurados hasta el retorno a la democracia. (Ver apartado “Movimientos Sociales 1960-1990).

“La simultaneidad histórica que se ha dado entre las “coyunturas de crisis” y las “oleadas de agitación juvenil” ha producido la aparición de generaciones rebeldes que han luchado por realizar cambios en la Sociedad, el Estado o el Mercado; con éxito o sin él. Pueden distinguirse, por ejemplo, la “generación de 1848”, “la de 1920”, “la de 1968” o “la de 1980”, todas las cuales entraron en la historia adulta agitando atrevidas propuestas de cambio”.[13]


BIBLIOGRAFÍA

Arriagada, Genaro. Por la razón o la fuerza. Chile bajo Pinochet. Editorial Sudamericana. Santiago, 1997.

Correa, Sofía. Las riendas del poder. La derecha chilena en el siglo XX. Editorial Sudamericana. Santiago, 2004.

Collier, Simón; Sater, William. Historia de Chile 1808-1994. Editorial Cambridge University. España, 1998.

Garcés, Mario; Milos, Pedro; Pinto, Julio. Memoria para un nuevo siglo. Chile, miradas a la segunda mitad del siglo XX. Editorial LOM. Chile, Febrero 2000.

Moulián, Tomás. Chile actual. Anatomía de un mito. Ediciones LOM. Santiago, 1997.

Moulián Tomás. Desarrollo político y Estado de compromiso. Desajuste y crisis estatal en Chile. Colección de estudios CIEPLAN nº 8. Ediciones CIEPLAN. Santiago, 1984.

Salazar, Gabriel; Pinto, Julio. Historia Contemporánea de Chile V: Niñez y juventud. LOM. Santiago, Mayo 2003.

Valenzuela, Arturo. El quiebre de la democracia en Chile. Ediciones FLACSO. Santiago, 1989.


[1] ILLANES, María Angélica. Para un memorial de fin de siglo. El proyecto democrático 1950-2000. En Memoria para un nuevo siglo. Chile, miradas a la segunda mitad del siglo XX. LOM. Chile, Febrero 2000.p. 129.
[2] En HOBSBAWM, Eric: “Historia del siglo XX”, se establece la llamada “Guerra Fría” como Tercera Guerra Mundial.
[3] GARCÉS. OP Cit p. 132
[4] MOULIÁN, Tomás. Desarrollo político y Estado de compromiso. Desajuste y crisis estatal en Chile. Colección de estudios CIEPLAN nº 8, Santiago, 1984.p.107
[5] Entenderemos al plan Marshall como la estrategia económico política impulsada por los Estados Unidos para “ayudar” a los países europeos, financiándolos, a superar su desmedrada situación tras la segunda guerra mundial.
[6] MOULIÁN. OP Cit p.111
[7]GARCÉS. IBID p.131
[8] GARCÉS OP Cit p. 134
[9] VALENZUELA, Arturo. El quiebre de la democracia en Chile. FLACSO. Santiago, 1989. p. 221
[10] VALENZUELA. OP Cit
[11] GARCÉS IBID p. 137
[12] ESPINOZA, Vicente en GARCÉS, Mario. Memoria para un nuevo siglo. Chile, miradas a la segunda mitad del siglo XX. LOM. Chile, Febrero 2000.
[13] SALAZAR, Gabriel; PINTO, Julio. Historia Contemporánea de Chile V: Niñez y juventud. LOM. Santiago, Mayo 2003.


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MÚSICA POPULAR CHILENA DE RAÍZ FOLKLÓRICA


Por Legliet Vásquez
MÚSICA POPULAR CHILENA DE RAÍZ FOLKLÓRICA
De acuerdo al Diccionario de la Lengua, una de las definiciones de la palabra música sería “arte de combinar los sonidos de la voz humana o de los instrumentos, o de ambos a la vez, de modo que agrade el escucharlos”. Para Eyerman “la música se constituye en un dispositivo de producción cultural, es decir, se presenta como un vehículo portador de una memoria generacional que influye en la interpretación de la realidad, contribuyendo a tejer y destejer las identidades sociales que participan de dichas ritualizaciones”[1]. He ahí la importancia de la música, pues en ella encontraremos un lenguaje universal, un canal emisor de cultura.

Dentro de todo esto la asumimos entonces como un tipo de arte, pues la música expresa los lineamientos de una cultura, representa una función específica en un momento determinado, rescatando la cosmovisión de un lugar o pueblo. Así, la música pasa a ser expresión artística en la medida en que se logra una identidad colectiva que une a un pueblo, en que es más que un mero entretenimiento, en que su funcionalidad va más allá de rellenar el silencio, pues la música–arte busca decir aquello que se anhela, busca plasmar las utopías de un pueblo en un cantar con un eco retumbante en todos los rincones.
Es así como esta música–arte nos ayudará a reconstruir nuestro pasado inmediato y actuará como el camino por el cual llegaremos al entendimiento de parte nuestra Historia, de nuestra idiosincrasia, Historia no ajena a particularidades ni a generalizaciones, pues surge en lo que podríamos llamar un período de replanteación continental, teniendo Chile una Historia común con Latinoamérica.

A partir de la década de los ’60, numerosos movimientos artísticos crecen simultáneamente, llevando nuestra mirada a la música. Estos movimientos comienzan a manifestarse, algunos con gran similitud, siendo el motor de éstos, la idea de plasmar, en una canción, el momento vivido dentro de su espacio histórico – geográfico que no solo se evidencia en nuestro país, sino en toda Latinoamérica desarrollado una Historia en común, un pasado con actores políticos, económicos y sociales similares, y por ende, una respuesta a estos que también se asemeja. Surgen entonces, la “Nueva Trova” representada por Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, la “Tropicalia” brasileña, el “Nuevo Cancionero” argentino, entre otros.

A este estilo lo conoceremos como música popular de raíz folklórica, la que proclama la idiosincrasia chilena, recogiendo desde las manifestaciones básicas del trabajo campesino hasta la acomodada vida de la elite urbana



La música popular de raíz folklórica debe entenderse como la manifestación cultural, por medio de la música, de la vida cotidiana y de los quehaceres de las personas. “Esta, como sus términos lo indican en un sentido amplio, emplea elementos propuestos por el acervo folklórico en forma aleatoria, pudiéndose acercar o distanciar de los lineamientos estatuidos, al estar la música vinculada al terreno de la creación individual”[2], o sea, afirmamos que sus bases se encuentran en la música folklórica o “en modelos con los que suele identificarse a grupos raciales o áreas culturales”[3], pero que se subjetiviza y evoluciona, dependiendo del momento histórico, de las ideologías imperantes, de quien escribe y de aquello que quiere resaltar.

La Música Popular Chilena de Raíz Folklórica se presenta, entonces, como la contenedora o madre de los movimientos artísticos musicales propios de Chile y de su cultura, dividiéndose en diversos estilos, unos antecesores y motivadores y otros contestatarios o para paliar el auge obtenido por otras manifestaciones musicales.

Pero no son sólo estos estilos musicales los que surgen en esta época, pues durante 1956 y 1957 nace un nuevo estilo, que vendrá a revolucionar toda la forma de hacer música y se presenta como la vanguardia de la época, el Rock and Roll.

Como muchas cosas, este movimiento distinto, contagioso y juvenil, cautivó los oídos chilenos y nos enfrentamos a una suerte de polarización musical, en donde por un lado encontramos el gusto por la canción-protesta y por el otro, la revolución engominada y saltarina del Rock and Roll.

Por lo mismo, y en primer lugar surgen distintos grupos criollos que ponen “en marcha un acelerado proceso de copia, arreglo y traducción de los éxitos internacionales del rock and roll”[4], chilenizando los nombres (Cómo Pat Henri, que en realidad se llamaba Patricio Henríquez), trayendo a nuestro Chile, con el nombre de “Nueva Ola”, entre 1959 y 1970 una gama musical foránea que sin esas copias, jamás hubiese llegado.

Así se nos presenta un amplio escenario de estudio, en el cual confluirán distintas realidades resaltadas, ya sea por necesidad de afianzar una ideología política, por desmoronar otra o por el simple hecho de contar aquello que sucede en nuestro país que se encuentra frente a un panorama bastante heterogéneo: música local o típica, música extranjera, música insipiente Latinoamericana y chilena, fomentada por un caos político que se vuelve su motor.

En segundo lugar, la polarización se traduce en la emergencia de la canción protesta, que tuvo sus expresiones en diversos estilos.


II. DINAMISMO MUSICAL CHILENO 1960 – 1990

Desde el enfoque mostrado en las líneas anteriores podemos asumir que nuestro objetivo es comprender la idiosincrasia chilena a partir del análisis de los distintos estilos musicales ocurridos desde 1960 hasta 1990 en Santiago de Chile a partir de la Música Popular Chilena de Raíz Folklórica, rescatando la influencia de las coyunturas político – económico – sociales de la época en dichos estilos.

Para ello revisaremos cada modificación en la forma de hacer música, de comprenderla, masificarla y transformarla en un hito artístico que se reconoce (o se reniega) hasta el día de hoy, porque “nunca los procesos sociales, ni específicamente los artísticos, brotan de un día para otro. Son el resultado de una suma compleja de numerosos, podría decirse innumerables, factores”[5]

El Folklore Chileno

El concepto “Folklore” fue utilizado por primera vez en un artículo escrito por un arqueólogo inglés llamado William John Thoms en la revista Atheneum, Nº 982 el 22 de Agosto de 1846.

Thoms “sugiere dar el nombre de FOLKLORE, a un movimiento de interés por la cultura de un pueblo que se desarrollaba en ese país [Inglaterra] como también en Francia. Este movimiento había tenido una serie de denominaciones tales como <>, <>, etc. El año 1878 se funda en Londres la , la cual reconoce oficialmente la propuesta de Thoms y aceptada universalmente por los estudiosos de la nueva ciencia, la cual tiene por objetivo estudiar la cultura tradicional de los pueblos”[6]

Desde ese momento aquel vocablo, proveniente de las voces inglesas “Folk”, que significa pueblo y “lore”, que significa saber, será entendido en su conjunto como el saber o la cultura de un pueblo, como dice Carlos Vega, musicólogo y folklorista argentino “es la ciencia de la vida del pueblo”[7]. Este concepto traspasó las fronteras británicas y pasó a ser una acepción mundial para representar a la música propia de un pueblo o con características étnicas, por lo tanto, el folklore va a responder a aquel espíritu identificable con nuestra forma de entender el mundo, sean algunos elementos importados o no.

Así, a partir del estudio del folklore chileno o de la Música Popular Chilena de Raíz Folklórica, intentaremos comprender, en líneas generales cómo es nuestro pueblo.

Podemos partir diciendo que el folklore, hasta antes de 1960 no era más que la vida rural hecha canción. “Los textos de las canciones, por otra parte, se referían genéricamente a una vida rural idílica, protagonizada por un huaso honrado y galante y una campesina esquiva o amorosa, donde la naturaleza y el sentido patriótico gravitaban fuertemente, aunándose a veces con la misma simpatía y el humor”[8]

Esto no quiere decir, por cierto, que sea de mala calidad y no representativa, tan sólo expresamos la idea de su no - trascendencia en el consciente colectivo pues no representa utopías, realidades macro colectivas, Identidad Nacional.

“Al parecer, las fórmulas composicionales de la época precedente [precedente a la nueva canción chilena, o sea antes de 1960], cuyos recursos eran tan incansablemente reiterados por pensarse que ellos cumplían fielmente con la idea de “chilenidad”, no bastaba para las nuevas generaciones”[9]

Debido a la crisis de Identidad que atraviesa el folklore chileno durante mediados de la década del ’50 y principios de la década del ’60, por la reducida influencia de la población en sus letras (y viceversa) y las influencias externas por parte de la música, la política y la forma de establecer relaciones sociales, el sentido de la música necesita reestructurarse y así lo entienden los eruditos en el tema. Se producen nuevas investigaciones acerca de nuestro folklore nacional y se conversa, se masifica, para intentar paliar aquello foráneo.

Nombres como Juan Uribe Echabarría, Margot Loyola, Héctor Pavez y la gran Violeta Parra, entre otros, fueron los que se manifestaron para dicha investigación, cosa que estimuló a algunos sellos discográficos, como Odeón, para editar el trabajo de los que consideraron los mejores.

Tenemos aquí un intento de resurrección de “lo nuestro”, de la música tradicional o típica, pero que sin quererlo se unirá con las influencias externas Latinoamericanas en cuanto a las temáticas y contestará a lo anglosajón y conformará lo que en su tiempo fue “La Nueva Canción Chilena”, que, parafraseando a Volodia Teltemboim, ya es “la vieja canción chilena”. Asistimos a la renovación del repertorio y a la re-valoración de “lo nuestro”, influenciado por todos lo que tuvieron la conciencia de rescatarlo.

Vemos, entonces, una idea de folklore nacional rescatada por algunos músicos de gran categoría a fin de que éste no quede en el olvido o relegado por la nueva producción extranjera y ajena a la propia realidad. Se ve el ideal de Identidad que se niega a ser olvidado o cambiado por un ritmo de twist.

“En el rescate y la proyección folclórica desarrollada en los años ’50, confluyeron un conglomerado de fuerzas sociales: el Estado, la Universidad, los investigadores, la industria cultural, los músicos populares y el público. Esta asociación fue desarrollada con un claro afán reivindicatorio de un patrimonio nacional que se veía amenazado no solo por los avances de la cultura de masas, sino por las propias necesidades de expresión de una sociedad cada vez más urbana y moderna, que no dudaba en incorporar a su repertorio aquello que más le satisfacía. Viniera de donde viniera”.[10]

Nos enfrentamos a un nuevo panorama en nuestro país y en Latinoamérica, dando paso a un nuevo estilo musical que va a marcar Chile desde 1960 hasta 1973, pero que va a dejar sentadas sus bases a lo largo de la Historia.

“Los años 50, que quedaron un poco en la sombra, fueron de una extraordinaria fecundidad y prepararon los cambios de los 60. Se ha sostenido que en este período, promediando el siglo XX, Chile completa el proceso de maduración de su identidad nacional. O, por lo menos, avanza en ese sentido, porque el cuento es interminable”[11].

La Nueva Canción Chilena 1960-1973, En Busca de una Identidad Nacional

Si nos preguntan cuál es el aporte a la Historia de La Nueva Canción Chilena deberíamos contestar que ella es el murmullo de las masas hecha canción. La nueva canción chilena es la fotografía de su época, el volumen alto de la voz de los sin voz. Constituye un punto de expresión de los protagonistas de la Historia chilena poco vista en nuestro país. “El campesinado, los trabajadores industriales, de la minería y obreros en general y los estudiantes fueron preparando el clima para poder exigir un cambio de fondo en la sociedad chilena”[12], siendo la canción un punto fundamental para preparar este cambio.

Su nombre, Nueva Canción Chilena, proviene de Ricardo García, locutor radial, quien en 1969 junto con la PUC organizó el primer festival de la Nueva Canción Chilena y sus orígenes tienen que ver con el desarrollo de múltiples factores, en donde se comienza a esbozar y crea una identidad nacional.

Desde esta perspectiva debemos tener en cuenta dos enfoques hacia la canción, y hacia las manifestaciones artísticas, pues estas son excluyentes desde el punto de vista ideológico, pues la ideología explica por qué las cosas son como son desde un punto de vista digámoslo emocional, sin embargo la música en cuanto a la participación social, es completamente incluyente, “la ideología es más directa en su función. La música sugiere interpretación, la ideología la impone. La ideología le dice a uno qué ha de pensar, cómo ha de interpretar y qué debe hacer, la música es mucho más ambigua y abierta e incluye, como cualquier otra forma de arte, un cierto ingrediente utópico[13]”.

Así, La Nueva Canción Chilena surge de la fuerza y del impulso renovador de la generación del ’68, generación caracterizada por su instrucción y su fuerte manifiesto de las desigualdades sociales. Por lo mismo, asume a todo el pueblo como un actor social e incluyen ambas, al otro. “Si bien siguió imperando la descripción del Otro, esta ya no se limitó a narrar sus costumbres y a evocar su pasado, sino que comenzó a exponer su difícil condición social, intentando remecer la conciencia del público y la de los propios protagonistas de la canción”[14], tomando esa cuota de inclusión a la que se hace referencia.


A partir de esto, esbozaremos la conformación de La Nueva Canción Chilena como un proceso lento en su conformación como “institucionalidad musical”, más no en el contenido de sus letras y de su sentido histórico-social, parafraseando a Luis Advis sería un “proceso de génesis lento, esporádico y disperso”

Como es sabido, la revolución cubana retumbó en todo el mundo, específicamente en Latinoamérica, siendo nuestro país uno de los que acogió parte de sus ideas revolucionarias, fortaleciéndose la izquierda en Chile, fomentada por el descontento social, que actuará como el dial de La Nueva Canción.

La Nueva Canción Chilena se presenta como un estilo musical de izquierda, con gran euforia ideológica, arraigada en su origen en el folklore nacional, caracterizada por su ácida crítica, sobretodo de sus máximos representantes, que gracias a esto levantó a un pueblo.

De gran influencia en la candidatura y posterior elección de Salvador Allende, muchos de sus exponentes, como Víctor Jara, compusieron en función de la construcción de la “vía chilena al socialismo”, argumentando que “no hay revolución sin canción”. “Victor Jara participa en el esfuerzo por llevar la imagen y el mensaje de Allende por todos los rincones de Chile”[15]

Algunos argumentan que nació del “Neofolklore”, corriente surgida en los inicios de la década del ’60 con Luis Urquidi como su principal gestor basada en “mayor libertad en las curvas melódicas y en los recursos armónicos partiendo de bases composicionales ya de por sí innovadoras de origen más bien latinoamericano”[16]. Pero, a nuestro juicio, el Neofolklore más que ser una nueva corriente musical corresponde a la vitalidad que se le injerta al Folklore en contrapeso de la inserción de música extranjera, pues con nuevos estilos, sigue siendo el pensar de un pueblo. Más de acuerdo estamos con Ángel Parra, considerando que este concepto es más una invención que un nuevo estilo, pues sigue siendo música popular chilena de raíz folklórica.

Toma más fuerza la “vieja” Nueva Canción pues se afianza en el sentimiento americanista “Consciente o inconscientemente fieles a la idea de una especie de internacionalismo latinoamericano, los músicos chilenos no encontrarían barreras para adoptar, según sus criterios y temperamentos, muchas de las modalidades ofrecidas por aquellos”[17]. Como se anunciaba al principio, así como en nuestro país, en Latinoamérica también surgen movimientos artísticos musicales traductores del contexto social. Chile, entonces se retroalimenta con los países latinoamericanos.

La característica principal de La Nueva canción Chilena es que ella misma (como estilo musical) asume un compromiso social, histórico y político con su pueblo y reclama la reivindicación de aquellos que la cantan.

Se va perfilando, entonces como uno de los elementos constituyentes de un nuevo Chile, incluyente en la participación y en la acción creadora de un país mejor para todos. Debemos entender a La Nueva Canción Chilena como aquella que resalta las necesidades reales del país y que tiene una fuerte carga ideológica de izquierda, pues es la izquierda la que representa su lucha obrera y la condición del campesinado.

Bien estructurada y firme se mantuvo durante el gobierno de la Unidad popular y llamó al pueblo a seguir con esta “vía chilena al socialismo”. Se estructuró como una alternativa a la música meramente decorativa y se transformó en un vehículo para “expresar algo”. Se vuelve entonces Canción-Arte, de ese arte con mayúscula. Logró la Identidad Colectiva y unió a su pueblo, volviéndose una sola voz.

■ Peñas, Festivales, Casas Discográficas: Nuevo Estilo, Nuevo Escenario

Tradicionalmente “lo nuestro” siempre ha sido poco rentable y la música no es la excepción. En la época que nos compete el fuerte industrial discográfico estaba compuesto por algunas manifestaciones internacionales como el Rock y su copia nacional compuesta por la nueva ola. Todo lo demás conocido como Música Popular Chilena de Raíz Folklórica no dejaba las ganancias que sus símiles extranjeros o extranjerizados.

Su difusión, entonces, no contenía instancias radiales ni promoción con importantes sellos discográficos internacionales, por lo que se ramificaba a través de “las peñas”, institucionalizadas por Violeta, Isabel y Ángel Parra, siendo la más conocida y céntrica aquella ubicada en Carmen 340. Digámoslo así: si la ideología de la Unidad Popular era la musa inspiradora de La Nueva Canción Chilena, la Peña de los hermanos Parra es el punto de comunión de tal inspiración.

Esta Peña surge de la idea de Ángel Parra cuando estuvo con Violeta e Isabel en París, en donde tocaban en el barrio latino en peñas como “La Candelaria”. Cuando él vuelve en 1964 a Chile está decidido a extender la obra de su madre, inaugurando a fines de Junio de 1965 la Peña de los Parra. Dice Ángel: “Las indagaciones de mi madre –declara- su forma de hacerlo, me tienen abierto este camino que ahora recorro sólo, pleno de optimismo y al que quiero atraer a otros, para lo cual he abierto aquí, en esta casona de Carmen 340, una academia o peña folklórica”[18].

Pero la de los Parra no fue la única peña de Santiago, tan sólo fue la más importante. Otras habían como la peña “Chile ríe y Canta”, que surgió en 1966 como dilatación del programa radial del mismo nombre y La Carpa de la Reina, de Violeta, que fueron la base y el punto de incentivo para que los estudiantes universitarios de la época crearan otras, como la Peña de la Universidad Técnica del Estado.

En las peñas se realizaba una vida bohemia y de expresión artística popular propia, por lo que grupos como Inti Illimani, Quilapayún y solistas de la calidad de Patricio Manns y todos los representantes de La Nueva Canción Chilena en ellas se presentaron. Era su escenario único y obligado, su lugar de acertamiento y de difusión. Las peñas fueron para La Nueva Canción Chilena lo que para el artista de hoy puede ser la radio o la televisión.

Pero fue Violeta Parra la gran gestora de esto, “es la hermana mayor y madrina de la nueva canción chilena”[19], su creación sensible pero sin dejar de ser crítica, integradora del “Otro”, investigativa, concentrada en las necesidades de su país, haciendo canción la idiosincrasia nacional. Pero no estuvo sola, tras ella vienen muchos grandes como Víctor Jara, Patricio Manns, Luis Advis, Payo Grondona, Rolando Alarcón, Héctor Pavéz, Quilapayún, Inti Illimani, entre otros, auspiciados , desde 1968 por el sello DICAP (Discoteca del Cantar Popular) creado por las juventudes comunistas. Se editaron cincuenta y cinco discos de larga duración en cinco años, “El derecho de vivir en paz” en 1971, de Víctor Jara, “Santa María de Iquique” de Quilapayún en 1970, “Oratorio de los trabajadores” del Conjunto Huamarí en 1972, entre otros, hasta la llegada del golpe militar, en donde sus dependencias fueron allanadas.

En conjunto con la difusión de las peñas, por allá por 1969 cuando el movimiento de La Nueva Canción ya estaba establecido y con apoyo de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Ricardo García organizó el Primer Festival de la Nueva Canción Chilena, donde se dieron a la luz “Plegaria a un labrador" interpretada por Víctor Jara, junto al grupo Quilapayún -Primer Premio en 1969- y "La Cantata Popular Santa María de Iquique" de Luis Advis, también con Quilapayún en la interpretación. Después de éste, hubo más festivales hasta 1973.

Ese era el panorama musical de una gran parte de nuestro Chile, “La otra vertiente será la de himnos y marchas que ponía de manifiesto la orientación decididamente fascista de algunos sectores de la derecha, como el Movimiento Nacionalista Patria y Libertad”[20], pero la derecha jamás logró conformar un movimiento tan basto y completo, con una aceptación social tan grande y con una base ideológica tan estructurada.

Lamentablemente, todas las voces coreadas con tanta fuerza durante la década del ’60, paralelas al auge de la Izquierda chilena fueron silenciadas junto a todo el ideal marxista a partir del 11 de Septiembre de 1973.

■ Canción Romántica, Lejos de la canción política.

A modo de contextualizar nuestro objeto de estudio, debemos hacer referencia a este movimiento que, sin ser Música Chilena de Raíz Folklórica determina ciertos lineamientos y se estructura como una alternativa a dicha canción.

Como nos hemos podido dar cuenta, gran cantidad de manifestaciones artísticas están ligadas a la política y es ésta la que ha guiado el actuar artístico de nuestro país. Pero no todo ha sido político, pues así mismo como se desarrolló la nueva ola chilena al mismo tiempo que La Nueva Canción, se desarrolló otro estilo.

En 1970, como ya hemos dicho, desaparece la nueva ola luego de saturar los mercados locales. Nos enfrentamos a un vacío musical, no por la calidad crítica de sus canciones, sino porque parte de la sociedad, que era el público “nuevaolístico”, queda “huacho”.

Por lo mismo, ya no había un escape al medio “politizado y conflictivo”. Bajo este enfoque y por la necesidad de representar la vida amorosa en una canción surge lo que llamaremos “canción romántica”, que vino a llenar el vacío dejado por la nueva ola.
Grupos como “Los Ángeles Negro”, “Los Galos”, “Los Golpes” comienzan a sonar y armonizan y apaciguan (al menos lo intentan a través del romanticismo) los ánimos setenteros.

Sus escenarios eran las fiestas universitarias, conciertos en colegios, juntas de vecinos, la calle misma, pero lamentablemente, al igual que la Nueva Canción, luego de 1973 se acalló o al menos dejó su producción creativa, pues por los toques de queda sus escenarios sucumbieron.

El Nuevo Canto 1975-1980: Acallando el silencio

Sabemos que luego del golpe militar ocurrido en 1973 se produjo una época de repliegue social, un estancamiento de las masas. Desaparece La Nueva Canción Chilena y con ella toda participación social que no sea en las parroquias.

Tenemos, además, que durante 1970 se desarticula la nueva ola chilena pues saturó al público y se saturó ella misma, por lo que todo tipo de expresión musical que revivió y melodió la década del ’60 ha desaparecido para 1973.

“Las corrientes más comerciales de la música popular fueron afectadas positivamente por el nuevo régimen, ya que la apertura de los mercados impulsada por el gobierno militar desde 1975 coincidió con el fuerte desarrollo experimentado por México y su exportación continental. Además, el desmantelamiento de la industria discográfica nacional, con el consiguiente deterioro patrimonial para la música chilena, se anticipaba, paradojalmente, al cambio del formato del disco al casete que ocurría en la industria fonográfica, bajando los costos de comercialización de la música grabada”[21] .

Nos enfrentamos a un gran silencio, pero que no durará mucho, pues a partir de 1975 comienza a surgir algo que hoy conocemos como “Nuevo Canto”, descendiente de La Nueva Canción Chilena, pues aun estando en dictadura adopta una postura crítica y de protesta, que está, de todos modos en la clandestinidad.

Retrata los problemas sociales y la vida cotidiana de la gente, no perdiendo la mirada popular que se ganó un sitio durante los ’60, rescatando la idea de construir una identidad nacional y que busca construir un nuevo Chile, un nuevo proyecto histórico.

Nombres como Santiago del Nuevo Extremo, Abril, Aquelarre, Ortiga (ex Quilapayunes), Shwenke y Nilo, Eduardo Peralta, Isabel Aldunate, entre otros fueron las voces de este período. Estos cantautores estaban apoyados por la Iglesia, estudiantes universitarios y por todos aquellos que sentían una deuda con el cantar luego de la caída de la nueva canción.

Estuvieron apoyados, además, por diversas organizaciones e instituciones que difundieron su trabajo como el sello Alerce, el programa Canto Nuevo de Radio Chilena, algunas peñas como “Peña Doña Javiera Carrera”, el festival para la canción para Jesús y por CÉNECA (Centro de Indagación y Expresión Cultural y Artística), además de la revista “La Bicicleta”.


El Canto Nuevo fue desapareciendo paulatinamente durante la década de los ’80 pues la juventud ya no era la misma, ni tampoco el enfoque. Se dio paso así a otra etapa de la Historia musical, una etapa que marcará un ciclo en la Historia chilena.

■ La ACU : focos disgregados de participación

Activa desde 1976 hasta 1982, la ACU vino a ser la institución que devolvió la credibilidad a gran parte de la Juventud, esperanza ya perdida por el miedo fomentado por el repliegue ocurrido luego de 1973 que, casado con la dictadura y el toque de queda no dejó más solución que un sistema de “refugio en lo comunitario” como lo dice Salazar, “La marginación permanente nos llevó a reunirnos secretamente en las calles o en las casas, para discutir los problemas de la escuela o del país […]De estas relaciones propias que fuimos construyendo nació la ACU (Agrupación Cultural Universitaria)”[22]. Así se comenzó a reactivar la vida social y cultural apagada en las Universidades y en todo Chile y con ello surge, entre 1974-1975 la esperanza de reconstruir un mundo colectivo hecho pedazos.
“Lo primero es reencontrarse después de la oscuridad, la desconfianza, volverse a ver, a reagruparse. Empieza por lo básico, por los partidos de fútbol, a integrarse a los centros deportivos, y ahí agrupábamos gente. Y empezamos a acercar gente hacia lo que significaba el rearticularse, ni siquiera a nivel político, rearticularse era afectivo, volverse a encontrar”[23].

Así, la ACU funcionó como una red de talleres de poesía, literatura y demases culturales con el fin de solventar festivales musicales y todo tipo de actividades culturales.

Al imponerse la Nueva Ley General de Universidades, promulgada por el régimen militar en 1981, se desarticula la red de Universidades Públicas habidas hasta el momento, primando el capitalismo y privatizando la Educación Superior. La ACU se disuelve, pero no sin dejar tatuado en el corazón de la juventud el ideal renovador y justiciero.


[1] Zarzuri, Raúl; Ganter, Rodrigo. Culturas Juveniles, Narrativas Minoritarias y Estética del Descontento. Ediciones UCSH, Santiago, 2002, 71 p.

[2] Advis, Luis. Clásicos de la Música Popular Chilena. Volumen II. 1960 – 1973. SCD, Santiago de Chile, 1998, en http://www.geocities.com/portaldemusicalatinoamericana/NUEVA_CANCION_CHILENA.PDF
[3] IBID
[4] Godoy, Alvaro. ÓP CIT 56p.
[5] Godoy, Alvaro. ÓP CIT 55p.
[6] Valdés Núñez, Pedro. Geografía Folklórica de Chile Tomo I. MATAQUITO Ediciones, Curicó, 2007, 15 p.
[7] IBID
[8] Advis, Luis. ÓP CIT
[9] IBID
[10] Gazmuri, Cristián. 100 años de cultura chilena 1905-2005, ZIG – ZAG, Santiago de Chile, 2006. 228p.
[11] Godoy, Alvaro. ÓP CIT 55p.

[12] Rolle, Claudio. La “Nueva Canción Chilena”, el proyecto cultural popular y la campaña presidencial de Salvador Allende. Actas del III Congreso Latinoamericano de la Asociación Internacional para el Estudio de la Música Popular, Chile, 3p en http://www.hist.puc.cl/historia/i%20aspmla.htm
[13]Zarzuri, Raúl; Ganter, Rodrigo ÓP CIT, 71 p.
[14] IBID 233 pp.
[15] IBID 7p.
[16] Advis, Luis. ÓP CIT
[17] IBID
[18] Larrea, Antonio; Montealegre, Jorge. Rostros y Rastros de un Canto, NUNATAK, Santiago, 1997
[19] IBID
[20] Claudio Rolle. ÓP CIT 12p.
[21] IBID
[22] R. Brodsky & R. Pizarro. La constitución del movimiento estudiantil como proceso de aprendizaje político; I. Agurto et.al (Eds), en: Salazar, Gabriel; Pinto, Julio. Historia Contemporánea de Chile V. Niñez y Juventud. LOM; Santiago, 2002, 240p.
[23] Brodsky, Camilo. Cuando la resistencia tocaba guitarra; Santiago, 2003, 36p., en surDa Nº 44, año XI, Diciembre 2003

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lunes, 29 de octubre de 2007

¿Social Cristianismo, Socialismo, Fascismo?... Lectura del contexto económico en Chile 1960-1990


Por Alexis Díaz-Moyá

ASPECTOS ECONÓMICOS DE PERIODO 1960-1973



En función del análisis del periodo comprendido entre 1960 y 1990, desde la perspectiva del arte y su relación con la política, es un afán ineludible el centrar la mirada en el o los procesos económicos acaecidos en el periodo mencionado a fin de determinar cuáles eran las realidades materiales de los tres gobiernos que se adscriben en marco temporal de nuestro estudio. Ahora bien, cabe preguntarse para qué tratar de determinar la realidad material del proceso y sus cambios cualitativos. La respuesta dice relación con el cómo comprenderemos las relaciones que se resumen en un proceso histórico; nuestra mirada –en este caso- sigue un orden desde el materialismo histórico como herramienta para el quehacer científico social, en tanto comprenderemos a la economía, desde sus estructuras más sencillas, como el motor de la historia, y es que es precisamente la materialización de las doctrinas económicas y sus desiciones de acción lo que ha determinado la eterna relación de antítesis sociales –en cuanto estructuras de clase- que finalmente configuran una realidad política y social determinada con todas las expresiones que ello implica, entre las cuales se encuentra, ciertamente, el arte popular o de expresión popular, en suma, entendemos a la economía como agente detonador de la Historia en su conjunto.
El periodo 1960-1990, en términos de realidad económica, ha sido un periodo de vertiginosos cambios estructurales, en otras palabras, de “revolución” y contrarrevolución”, lo que en parte explica la atención de nuestras miradas en lo que podríamos llamar la “respuesta social”.


Hablamos de “revolución” en términos económicos, en la medida en que las desiciones gubernativas de aplicación de reformas atendieron asuntos estructurales y profundos que determinaron una consecuencia política social cuantitativa y cualitativamente impresionante, así:

“Si se discute este tema, será imprescindible tener en cuenta que entre 1950 y 1970 la modernización en la producción de bienes y servicios fue muy importante; que de la mano de experiencias democráticas de diferente inspira­ción -populistas, liberales, socialcristianas y socialistas- se completaron o ini­ciaron desde el sector público proyectos fundamentales para el desarrollo del país, entre los cuales se destacan la siderurgia y ramas derivadas, la electrifica­ción, el petróleo y la petroquímica, la celulosa, los planes frutícola y forestal, la modernización de las telecomunicaciones. También se deberá tener en cuenta que entre 1965 y 1971, después de grandes acuerdos políticos, se implementaron reformas tan decisivas, trascendentes y de repercusiones complejas como la agraria y la nacionalización del cobre. Todo ello sin que se atropellaran los derechos de las personas.
El contraste con el período dictatorial no puede ser más profundo. Du­rante los años del régimen militar el gobierno controló el poder en forma total, se desarticuló al movimiento sindical, se sometió a una férrea disciplina a la masa laboral, se manipuló a las dirigencias empresariales, a la vez que se implementaron profundas transformaciones que implicaron la liberalización de los mercados y del comercio exterior, la eliminación de los controles de precio, la desregulación del mercado de capitales y la reducción tanto del tamaño como de la actividad del Estado en producción de bienes y servicios”[1]

En honor al dato, que para este caso pretende atender el “paisaje económico material” de la época en estudio debemos aportar que para la década de 1960 se evidencia el siguiente grado de concentración de la economía: a) 248 firmas controlaban todos y cada uno de los sectores económicos, y el 17% de todas las empresas concentraban el 78% de todos los activos. b) En la industria, el 3% de las firmas controlaban mas del 50% del valor agregado y casi el 60% del capital, c) En la agricultura, el 2% de los predios poseían el 55% de la tierra. d) En la minería, tres compañías norteamericanas controlaban la producción de cobre de la Gran minería, que representaba el 60% de las exportaciones chilenas en 1970. e) En el comercio mayorista, 12 empresas -0,5% del total- daban cuenta del 14% de las ventas. f) En la banca, el banco estatal (Banco del Estado) controlaba casi el 50% de los depósitos y los créditos, y 3 bancos privados (de un total de 26) controlaban mas del 50% del remanente"[2].
Con lo anterior podemos revisar, a grandes rasgos, las decisiones de carácter económico más relevantes de los gobiernos social-cristianos, socialistas y militar a fin de hacer un seguimiento didáctico que nos entregue las herramientas necesarias para no perder de vista la producción artística como expresión o participación política popular.

Gobierno de Frei Montalva (1964-1970)

Para el profesor Luis Alberto Romero
“La ‘revolución en libertad’ aparece como una fase del proceso de modernización de la sociedad y la economía chilena, y las políticas de Frei pueden ser vistas, en el largo plazo, como parte de una intervención estatal, en la dirección de la economía y la promoción de la equidad social, que arranca en los años cuarenta y se proyecta al período de Allende. Los grandes programas de reformas de la presidencia de Frei -la "chilenización" de la industria del cobre, la reforma agraria, la promoción social y la extensión de la educación-, fueron en lo sustantivo continuada por Allende. Con razón puntualiza Gazmuri que lo radicalmente ausente es cualquier sesgo neoliberal, como el que caracterizaría las políticas posteriores a 1973. Sin embargo, se insinúa que, más allá del fuerte cambio de rumbo luego del golpe militar, la bonanza de finales del siglo se apoya en aquella modernización”[3].

El Chile anterior a Frei, si bien conoció transformaciones profundas, de la mano de los gobiernos del FRAP, se vio estancado en términos de desarrollo económico y “económico en espectro social”, en gran parte a causa de la debilidad de los gobiernos de turno para asumir posiciones financieras comprometidas con el concierto económico mundial violentado por la especulación derivada de la Guerra fría. El PIB[4] fue bajo y la inflación se definía como un verdadero flagelo[5]. El gobierno de Eduardo Frei Montalva, esperaba elevar la tasa de crecimiento económico y junto a ello, proponía también una serie de cambios estructurales para chile, dadas las condiciones de desarrollo que enfrentaba el país, es decir, llevar adelante una reforma agraria efectiva, la promoción popular en la cual quería aumentar los espacios de participación social en la toma de dediciones, comenzar el proceso de “chilenización” del cobre y la modernización del sistema educacional.
Económicamente hablando, el mayor aporte del gobierno social-cristiano se reduce, tal vez, en dos: La reforma agraria y la “chilenización del cobre”.
“En cuanto a la reforma agraria, el plan de la DC fue el primer intento serio de alterar las relaciones de producción en la agricultura, junto con la chilenización del cobre, fue el punto al que el gobierno asignaba mayor importancia. Sus objetivos tenían un doble sentido: lograr un aumento sustancial de la producción agrícola, contribuyendo de esa forma a reducir la presión sobre la balanza de pagos y dar comienzo a un proceso de redistribución de la tierra que permitía crear 100.000 nuevos propietarios entre los campesinos”[6].

Como lo dijera el mismo timonel de gobierno, su fin era “dar acceso a la propiedad de la tierra a quienes la trabajan, aumentar la producción Agropecuaria y la productividad del suelo”. La consolidación legal de este proceso se incrusta hacia 1968 con la promulgación de la “ley de Reforma Agraria”, que permitía la expropiación de la tierra cuando un predio agrícola era de extensión excesiva, había abandono, mala explotación o fragmentación excesiva de la tierra. .La reforma agraria que planteaba Freí a diferencia de Jorge Alessandri, se proponía expropiar masivamente tierras, bien o mal explotadas, en manos de particulares que fuesen grandes terratenientes. En uno de sus discurso Freí planteo que “nosotros queremos una reforma agraria para los inquilinos, para los medieros, para los arrendatarios, para los capataces, para los afuerinos. Queremos la posibilidad de que lleguemos a ser propietarios .Hay en chile cerca de 130 mil pequeños propietarios. Quiero que al final de mi gobierno allá 230 mil. Para el buen patrón que produce, que trabaja, que paga su salario justo, digo francamente que lo voy a ayudar. No voy a vacilar, cuando haya necesidad de pagar un precio justo al agricultor chileno”[7]
Siguiendo en la línea del análisis de elementos económicos más relevantes, queda revisar el ya mencionado proceso de “chilenización del cobre”.
“Uno de los planes principales del PDC consistía en integrar el sector del cobre al resto de la economía. Según los cálculos del gobierno, se necesitaba doblar la producción con el fin de proporcionar una base de financiamiento más estable a los nuevos proyectos de inversión en otras áreas económicas. Durante la campaña electoral Frei fue deliberadamente equívoco respecto del sistema que su régimen pensaba introducir en la minería cuprífera. Aunque a diferencia del candidato de la izquierda, no prometió nacionalizar las propiedades de las compañías norteamericanas –Kenncot y Anaconda- que controlaban más del 80% de las exportaci0ones del mineral, reclamó una mayor participación del Estado en el sector minero”[8].
Con estos objetivos se constituyeron sociedades mineras mixtas entre las compañías norteamericanas y el estado Chileno y a través de ellas en 1967, Chile compro el 51% de las acciones del teniente, el 30% de la andina y el 25% de la exótica. En este esfuerzo el gobierno no contó con el apoyo condicional de la izquierda. En 1969 se inicio un segunda fase de la política del cobre es caracterizada por la “Nacionalización pactada” de los minerales de Chuquicamata, Salvador y Potrerillos. El estado Chileno adquirió el 51% de la acciones perteneciente a la “Anaconda” y quedo establecida la adquisición del 49% restante a contar de Diciembre de 1972.



Gobierno de la Unidad Popular 1970-1973


El programa de la Unidad Popular. hacía una afirmación explicita de su naturaleza antiimperialista, antioligárquica y antimonopolica, que marcaba el tono de los profundos cambios estructurales que proponía realizar, los que irían en beneficio de los trabajadores en general (obreros y empleados), de los campesinos y pequeños empresarios, esto es, de la inmensa mayoría nacional. El gobierno de la U.P. iba a ser un experimento histórico en el que la transición al socialismo se daría a través de la estructura institucional existente. Para facilitar esta transición se requerían dos elementos: la estatización de los medios de producción y una mayor participación popular.
Cuando hablamos de las reformas estructurales que propone al U.P (notar el proceso de revolución sobre reforma, si comparamos las direcciones del PDC y la UP) hablamos de reformas tendientes a depositar el control de los medios de producción en manos del Estado. El por qué se busca este control se responde básicamente en función del ideal socialista del “beneficio para los trabajadores”. Si el Estado poseía los medios de producción sobre los que se desenvolvían las fuerzas productivas (los Trabajadores), éste –el Estado- podría garantizar la toma de desiciones económicas siempre beneficiarias al total de la población laboriosa; en palabras de Pedro Vuskovic el conflicto residía justamente en la posesión de los medios de producción en tanto éstos son los que generan el poder “Lo que esta en juego es la propiedad de los medios de producción por una pequeña minoría; entonces, las cuestiones económicas reales son: quien tiene el poder de fijar los precios y por lo tanto las utilidades, y quien captura el excedente económico y decide como reinvertirlo".
Con anterioridad a este apartado decíamos que la inflación fue un tema de real preocupación para los gobiernos desde por lo menos la quinta década del siglo XX, tanto así que era catalogada como un flagelo, pues bien el con­trol de la inflación era realmente un objetivo clave para la U.P., debido a razones políticas y económicas. Para este caso revisaremos sólo las económicas, así diremos que dado que la redistribución del ingreso se llevaría a cabo mediante aumentos de los salarios nominales, era importante reducir la inflación para asegurar un incremento de los salarios reales.
“Un elemento clave de la política macroeconómica de la U.P. fue el alto nivel de capacidad no utilizada y desempleo de la economía chilena, así como de las reservas internacionales y los inventarios industriales. Los economistas de la U.P. no hicieron comentarios respecto de las limitantes relativas a los niveles de capacidad específica sectorial, que pueden ser muy diferentes de las cifras globales, y a que la utilización de la capacidad disponible no utilizada es una holgura "por una sola vez". Una percepción mecanicista sugería implícitamente que las transformaciones estructurales ayudarían rápidamente a resolver los problemas macroeconómicos”[9].

La política antiinflacionario de la U.P. se basaba en los siguientes planteamientos:
1. La inflación es en realidad un fenómeno estructural. El control de precios, la eliminación del sistema de mini-ajustes cambiarios y la nueva estructura económica detendrían la inflación.
De este elemento hay que hacer lectura respecto des dimensiones ideológicas y su real aplicación por parte de la Unidad Popular de premisas del Leninismo que hablan sobre el control del mercado negro y su incidencia en la estabilización económica.
2. El control estatal de la mayor parte del aparato productivo y de comercialización sentaría las bases para terminar con la inflación.
3. Dados los controles de precios y los reajustes salariales, los salarios subirían más que los precios, lo que llevaría a una reducción de la tasa de utilidad unitaria. Sin embargo, considerando la existencia de capacidad no utilizada, el aumento de la producción y de las ventas compensaría la declinación de las utilidades unitarias, manteniendo el nivel global de las ganancias.

“Según el ministro de Hacienda de la U.P., los efectos de las medidas anteriores implicarían que en muy breve plazo "los au­mentos de precios desaparecerán y en el futuro se recordara la inflación como una pesadilla de gobiernos anteriores, que eran los sirvientes del gran capital". El programa de la U.P. contenía una visión mas moderada, según la cual la inflación desaparecería debido a las medidas antimonopólicas y al apoyo de la mayoría de la población”[10].
En un análisis crítico, podemos resumir que si bien en el gobierno de la Unidad Popular hubo avances en el espectro social, éstos no respondían más que a la intensificación de reformas preexistentes, como ya hemos mencionado, sino que nos queda también desmitificar en parte el carácter de “revolucionario” que ciertos intelectuales pretenden dar a ese gobierno, más aun en la plataforma económica.
En relación a las medidas económicas de la UP, la burguesía no se engañaba a sí misma, y por boca de la DC reconocerá abiertamente que "en lo fundamental sólo se había producido un cambio de patrón en las empresas del área social, donde el capitalista privado fue reemplazado por un nuevo patrón, el Estado". Así, en las empresas nacionalizadas que formaban el Área de Propiedad Social (APS), la gestión de las mismas quedaba a cargo de Consejos Administrativos, compuestos de 5 representantes de los obreros y 5 funcionarios estatales. Los mandatos de los representantes obreros eran revocables cada año, no así el de los burócratas estatales, que manejaban las empresas con el mismo estilo que los viejos patrones "privados". Básicamente, se trataba de comprometer a los trabajadores con el cumplimiento de metas productivas, pero los obreros no tenían poder para fijar esas metas, no sólo al nivel de la rama de actividad (a medida que el APS se ampliaba), sino al nivel de la propia empresa. Posteriormente, el Gobierno y la UP plantearán la incorporación de los sindicatos al esquema de "participación". La subordinación de los mejores elementos de la clase, a la gestión del capitalismo de Estado, implicará una dependencia política frente a ese mismo Estado burgués.
En cuanto a la nacionalización del cobre (proceso iniciado con la compra del 51% de las acciones durante el gobierno de Frei), basta decir que no sólo implicaba indemnizar a las empresas yanquis, sino que hasta la derecha la votó. El secretario general del PS quiso dejar en claro, para la posteridad, que la famosa nacionalización del cobre "no fue un acto arbitrario y unilateral del gobierno ‘marxista’... se efectúa por decisión unánime del Parlamento, en el cual la coalición gobernante estaba en minoría"[11]

“Entre noviembre del 70 y agosto del 71, el gobierno de Allende pagará en concepto de indemnizaciones: 400 millones de dólares a bancos comerciales; 576 millones a multinacionales del hierro y el salitre; 320 millones a terratenientes; 600 millones a monopolios expropiados; 8.830 millones a las empresas yanquis de cobre Anaconda y Kennecott”[12].

Con este escenario de gastos de dólares se empujará al imperialismo norteamericano a decidir el corte de todos los créditos, porque una cosa era ver qué sucedía con el “experimento Allende”, y otra cosa era financiarlo, con el riesgo, inclusive, de perderlo todo.
Téngase en cuenta que, antes y después de este "bloqueo invisible" (como lo denominaron los dirigentes de la UP), el gobierno chileno venía pagando puntualmente la abultada deuda externa, y que llegado el momento, no dudará tampoco en firmar un stand-by con el FMI. La propuesta más audaz que haga el gobierno de la UP a la gran banca internacional será una moratoria de 3 años.
La caída del precio del cobre (manejado por las multinacionales a las cuales la UP indemnizaba generosamente) significaba una pérdida del 33% de los ingresos del Presupuesto Nacional.
Pese al alza de los salarios reales y al lento cumplimiento de la reforma agraria, las masas no cesaban de organizarse y movilizarse. Los explotados chilenos esperaban que ahora, con ‘Don Chicho’ en el gobierno, sus más anheladas reivindicaciones se verían al fin cumplidas... Y si acaso la derecha no le permitía al ‘compañero Presidente’ cumplir con el Programa, entonces qué mejor que organizarse y movilizarse con aún mayor intensidad.


Dictadura Militar



Tras las medidas políticas y económicas adoptadas por el gobierno de la Unidad Popular y el avance decidido de las masas trabajadoras chilenas, la reacción contrarrevolucionaria de los grupos golpeados por el intenso proceso de reforma no se dejó esperar.
La situación chilena –inmersa en el marco de la guerra fría- era una situación de excepción que mereció capítulos especiales en las discusiones sobre los destinos de Sudamérica llevados en Washington. La oligarquía terrateniente y la burguesía empresarial nacional buscaban acuerdos que les permitiesen mantener sus privilegios de clase. Centraron su mirada en las Fuerzas Armadas. El pentágono, siguiendo las órdenes de Nixon no dudó en hacer lo mismo. La síntesis del proceso se manifiesta un martes 11 de Septiembre de 1973 cuando se ataca bélicamente al gobierno; bombardeando la moneda y exigiendo la entrega de la presidencia. Los hechos ocurridos a posterior son por todos conocidos. El palacio de La Moneda en llamas. Allende muerto. El congreso cerrado. Los partidos proscritos. El país en manos de una junta militar integrada por el Comandante en Jefe del Ejército, Augusto Pinochet Ugarte, el Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea, Gustavo Leigh Guzmán el Comandante en Jefe de la Armada, José Toribio Merino, y por el General Director de Carabineros, César Mendoza Durán (los dos últimos acaban de tomar las jefaturas supremas de sus ramas).
Para efectos prácticos, podemos y debemos reconocer en el periodo comprendido entre septiembre de 1973 y 1990 dos etapas marcadamente diferenciadas sufridas por la economía nacional. Una primera etapa de nacionalismo militar o lisa y llanamente fascismo, que se puede identificar entre septiembre de 1973 y fines de 1978, donde la junta militar tiene el "mando supremo de la nación" y se encuentra sin modificaciones políticas desde su formación. Y una segunda etapa, etapa de contrarrevolución civil interna; proceso encabezado por los estudiantes de economía de la Universidad Católica de Chile que, tras sus especializaciones en las universidades norteamericanas, principalmente de la escuela de Chicago inician su llena vinculación en la dirección económica nacional, en colaboración con la junta que, ya para ese entonces, ha expulsado al general Gustavo Leigh (El 24 de julio de 1978). La junta cumple ahora labores “constituyente” y “Legislativa”. Augusto Pinochet tiene el mando.
Bajo la dirección de Pinochet, la Junta Militar intenta implementar un sistema económico lo más alejado posible del “trauma” socialista. “La idea era pasar de los intereses corporativos y de los grupos de presión a un alto protagonismo de la empresa privada”[13]. Para este objetivo se hizo necesaria la presencia de los ya mencionados estudiantes católicos, que desde aquí en tanto serán conocidos como los “Chicago Boys”.

“Su ingreso al régimen militar se produjo gracias a la cercanía que tenían con el movimiento gremial y a sus lazos con Jaime Guzmán. Dentro del grupo se destacaban Sergio De Castro, Miguel Kast, Enrique Fontaine, Pablo Baraona y José Piñera, entre otros. Todos ellos cumplieron roles claves dentro de la economía del país.
Muchas de las salidas que propusieron los Chicago Boys se impusieron radicalmente. El Plan de Shock instaurado en 1975 por Jorge Cauas marcó el inicio del neoliberalismo monetario ortodoxo.
El plan consistía en recortes adicionales al gasto fiscal y tenía como fin frenar el alza de los precios y superar la crisis de balanza de pagos por medio de una fuerte contracción de las importaciones. Se reducía con ello el 15% anual de los gastos en moneda nacional y 26% los gastos en moneda extranjera”[14].

“En su libro "La historia no contada de los economistas y el Presidente Pinochet", el abogado y periodista Arturo Fontaine Aldunate describe "el proceso en virtud del cual un gobierno militar y autoritario -el del Presidente Augusto Pinochet- hace rigurosamente suyos los principios de la economía de mercado".
Fontaine, ex embajador del régimen militar, defiende la tesis de que esta aparente paradoja de libertad económica incorporada a un sistema autoritario le evitó a Pinochet caer en el populismo”[15]

Esta contrarrevolución civil y exacerbadamente liberal, en el aspecto económico, consigue, en suma, dejar atrás definitivamente le gobierno de la Unidad popular. Del proceso de estatización, implantado por el gobierno derrocado, se pasa al de privatizaciones. Hubo una apertura al comercio exterior, con el auge exportador, en los años 80, de productos tales como harina de pescado, celulosa, astillas (chips) y frutas.

“La reforma previsional creó a las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), para invertir el dinero de las futuras jubilaciones de los trabajadores, y a las Instituciones de Salud Previsional (ISAPRE),que ofrecen planes de salud de acuerdo con los ingresos del cotizante.
El Plan Laboral terminó con antiguas conquistas sindicales como la negociación colectiva por rama de actividades e impuso el despido sin expresión de causa como derecho de los empleadores. En democracia ese artículo fue reemplazado por el despido "por necesidades de la empresa".[16]


La crisis de 1982


El excesivo liberalismo económico impuesto por lo Chicago Boys, tarde o temprano vería su crisis. Chile tuvo su propio “Jueves negro” ya hacia 1982. Las profecías de la economía marxista se habían cumplido toda vez que Marx ya hacía casi un siglo atrás anunciara las repetidas crisis del sistema económico capitalista. La exagerada descentralización de la economía que había estimulado la inversión extranjera, inversiones que aprovecharan la inconciente nueva legislación laboral pensada por José Piñera, trajeron como consecuencia el “empeoramiento gradual de la balanza comercial” la caída de los niveles de ahorro interno y la creciente sobre valuación del peso.
”Esta situación derivó en un descenso de Chile en la competitividad internacional, ya que el desajuste entre los precios externos e internos terminaron por abarcar una amplia brecha imposible de suplir con los recursos existentes.
La situación internacional abarcó un período de crisis entre 1981 y 1987, la que fue controlada por el Fondo Monetario Internacional mediante altas tasas de interés para los préstamos internacionales sin importar el nivel de riesgo de los países. Con tal panorama el régimen militar se vio obligado a tomar medidas rápidas que no echaran por la borda el nuevo sistema económico”[17].

Los Chicago Boys, ante el avance de esta crisis, sostuvieron reuniones políticas intensas con la junta, a quien el peso de sus actos ya comenzaba a pasarles la cuenta en la sociedad civil, a fin de tratar separar las acciones del gobierno en el plano militar (la junta presidida por Pinochet) y las medidas pensadas por los civiles involucrados en el gobierno.
La situación económica internacional no ayudó a superar la crisis, que en Chile se agravaba en forma sostenida, la economía latinoamericana se encontraba resentida por la disminución sostenida de la liquidez de las inversiones.

“La administración de la crisis entre 1983 y 1984 se caracterizó por un alejamiento momentáneo de la teoría del libre mercado. El desempleo alcanzó un nivel drástico de un 30 por ciento a finales de 1983, el sistema bancario estaba al borde del colapso y el entonces ministro de Hacienda, Rolf Lüders, se transformó en el propietario del 80 por ciento del sistema financiero privado.
Los empresarios pedían a gritos una mayor emisión monetaria y urgentes medidas para la reactivación de las exportaciones. Dada la situación entra en acción la Confederación de la Producción y el Comercio.
Durante este período Pinochet adquiere mayor protagonismo: reorganiza su gabinete, se plantea nuevos objetivos económicos y una mayor participación del sector privado en la toma de decisiones. Los mayores logros fueron el aumento del PNB a un 4,8 por ciento y la baja de las tasas de interés de 35 a 11 por ciento. ”[18]

“En 1990, cuando terminó el gobierno militar, las nuevas autoridades democráticas dijeron que había en el país 5 millones de pobres y que la desigual distribución del ingreso obligaba, en palabras del entonces presidente Patricio Aylwin, a impulsar una política de "crecimiento con equidad", como contrapartida al modelo económico neoliberal impuesto por los militares. "El mercado es cruel", comentó Aylwin al inicio de su mandato. El crecimiento con equidad ha sido, también, un objetivo y una deuda para las administraciones siguientes: Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet”[19].


[1] GARCES, Mario. Memoria para un nuevo siglo. Chile, miradas a la segunda mitas del siglo XX. Edit. LOM. Santiago de Chile, Febrero 2000. Pág.273
[2] Datos aportados en la cátedra La economía Chilena: visiones alternativas y problemas por Patricio Meller. Universidad de Chile.
[3] ROMERO, Luis. En Revista de Historia Nº36, Agosto 2003
[4] PIB (Producto Interior Bruto) - Suma de todos los bienes y servicios producidos en un país en un período de tiempo dado. El cálculo de esta magnitud se realiza considerando las remuneraciones de los factores que inciden en el proceso productivo: trabajo, tierra y capital. ...
[5] Revisar los discursos presidenciales de Alessandri Rodríguez.
[6] FAUNDEZ, julio.Izquierdas y Democracia en Chile. 1930-1973. Edit. BAT. Abril 1992. Pág.149
[7] En http://es.wikibooks.org
[8] FAUNDEZ, Julio. OP.Cit. Pág.146-147
[9] En www.cfg.uchile.cl
[10] Ibid.
[11] ALTAMIRANO, Carlos. Dialéctica de una derrota. Edit. Siglo XXI. Pág. 126
[12] Citado por Luis Vega en La caida de Allende. Edit.La semana. Israel. Pág.105
[13] El rol de los Chicago boys durante el gobierno militar. En http://www.latercera.cl/medio/articulo/0,0,3255_5676_238212731,00.html
[14] Idem.
[15] VILLARROEL, Gilberto. La herencia de los “Chicago Boys” en http://www.lanacion.com.ar/archivo/Nota.asp?nota_id=866455
[16] IDEM
[17] El rol de los… en http://www.latercera.cl/medio/articulo/0,0,3255_5676_238212731,00.html
[18] IDEM
[19] VILLARROEL, Gilberto. OP. Cit.

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